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Historia de la biblioteca escolar del Instituto del Cardenal Cisneros de Madrid

Historia de la biblioteca escolar del Instituto del Cardenal Cisneros de Madrid

En 1860, el Instituto de Noviciado carecía de biblioteca propia y utilizaba los servicios de la Universidad Central. En el Madrid de entonces, la única biblioteca de secundaria era la del Instituto de San Isidro, con un bibliotecario y tres oficiales en nómina y 75.597 volúmenes. Sin embargo, hacía ya tiempo que el director de Noviciado venía reclamando una para que los alumnos pudieran aclarar dudas, resolver dificultades o satisfacer su curiosidad, y para que los profesores tuvieran a mano textos complementarios a la hora de preparar sus clases. Pese al innegable interés de la súplica, el rector de la Universidad Central, en su disposición de 1858, no había contado con la puesta en marcha de dicha dotación y, en consecuencia, no se contaba ni con los fondos económicos ni con el personal necesario para su correcto funcionamiento.

Tramarría Carranza, director del Instituto, se acogió al artículo 122 del Reglamento de Segunda Enseñanza de 1859 y nombró a Manuel M.ª José Galdo López de Neira bibliotecario del centro. El activo catedrático aceptó gustoso y se comprometió a establecer la biblioteca sin gasto alguno. Dedicó treinta y cinco años a la búsqueda de fondos y consiguió que, al finalizar el primer curso de su nombramiento, ya existiesen libros suficientes como para poder hablar de una biblioteca propia. Los principales donadores de fondos para su proyecto fueron personalidades del mundo político y cultural de Madrid. Además, con anterioridad a 1860, el rectorado de la Universidad Central ya había adquirido obras literarias clásicas para el Instituto, entre las que destacan la colección de Autores Clásicos, cuya factura fue encargada por el Gobierno, o la colección de las Escuelas Pías de 1852, con el ex libris del rector y el sello de la Universidad Central. En estos fondos consta la frase “mandado comprar para el Instituto de Noviciado”, manuscrita y firmada por el rector.

En el discurso inaugural del curso 1862/63, Tramarría Carranza pide al rector que “segregue de la Biblioteca de la Universidad Central las obras que se refieren a la segunda enseñanza y se las done al Instituto, alegando una mayor utilidad en éste que en la Universidad”. Al mismo tiempo, alaba la actividad de Galdo López de Neira al frente de la biblioteca que, de forma periódica, recibía donaciones de las Reales Academias de las Ciencias, Historia, Lengua, Ciencias Morales y Políticas, de las direcciones generales de Instrucción Pública, Agricultura, Ultramar, Estadística, Obras Públicas, Aduanas y Aranceles y de otras instituciones, como el Real Observatorio de Madrid, gracias a la amistad que le unía con el grupo krausista que trabajaba en el centro, especialmente con Eulogio Jiménez Sánchez. De esta manera, en 1863, nos encontramos con un inventario de 331 obras, principalmente referidas a autores clásicos griegos y latinos y a literatura española de los siglos de oro, junto con la obra científica de Linneo o Cuvier. A estas obras se unen 181 opúsculos, folletos y memorias.

Otro de los medios utilizados por Galdo fue la demanda de obras a reconocidos escritores de la época, como Modesto Lafuente, Hartzenbusch o Julián Sanz del Río, y a otros que entonces comenzaban a publicar, como Pérez Galdós y Clarín. Estos autores, al dignarse a ceder un ejemplar de sus obras, proporcionaban fondos actualizados a la biblioteca del Instituto Cardenal Cisneros. También hay que considerar las donaciones de los centros académicos con servicio de publicación propio y los trabajos de alumno dignos de ocupar un puesto en la biblioteca. En este sentido, se puede citar el trabajo realizado por Tomás Esciche y Mieg en clase de Historia Universal, en el que detalla la cronología de los Reyes de España y distingue los monarcas que reinaron en Navarra, Aragón, Castilla, León y Portugal.

Los fondos también se incrementaron con las tesis doctorales y las publicaciones de antiguos alumnos, como el Conde de Toreno, Carlos Fernández Shaw, Manuel Machado y otros, así como con las publicaciones de los profesores del centro, apartado que incluye los legados de algunos profesores fallecidos, donados al Instituto por sus familiares. Numerosos alumnos fueron hijos de importantes figuras del mundo intelectual o político del momento, personajes que enriquecieron la biblioteca con sus obsequios, como Madrazo, Amador de los Ríos, Silvela, Vázquez Queipo, Cristino Martos, Eduardo Chao o Pardo Bazán. De igual manera se deben consignar los obsequios de algunos políticos que coincidieron en sus puestos de representación con catedráticos del Instituto. Especialmente importante fue la donación del senador Joaquín M.ª Pérez, que incrementó la biblioteca con 276 volúmenes calificados de “gran valor por su rareza”.

Durante el curso 1865/66 aumentaron de forma notable los volúmenes de la biblioteca, tanto en cantidad como en calidad. Destaca, entre otras, la donación de las joyas bibliográficas del profesor Sánchez Casado: Thesaurus Antiquitatum Romanorum Graecanumque y las Siete Partidas del Rey Alfonso X el Sabio con la glosa de Díaz de Montalvo, ambas publicadas en el siglo XVI. En el curso 1866/67 se reciben nuevos donativos de instituciones muy dispares, desde las Observaciones meteorológicas de la provincia de Murcia hasta las Memorias agronómicas de Lugo, junto con los Diccionarios de la Real Academia y varias Biblias del siglo XVIII. En 1868, pese a sus esfuerzos, Galdo López de Neira no consigue hacerse con la biblioteca de la suprimida Escuela Normal de Maestros. El exiguo presupuesto del Instituto en los años del Sexenio tampoco permitió la adquisición de fondos. La biblioteca continuó creciendo gracias a los regalos y donaciones, como las de la Dirección General de Instrucción Pública o la Dirección General de Estadística.

La biblioteca se cerró en el curso 1872/73 y los libros se amontonaron al carecerse de un local donde instalarla. Tras varios años de silencio, las nuevas noticias de la biblioteca nos sitúan en el curso 1876/77 y hablan de 4.500 títulos y 6.000 volúmenes . Al elaborar el nuevo inventario, en los primeros años de la Restauración borbónica, se reseñan obras como la Colección Legislativa de España, Historia de Extremadura, por Abrantes; Cartas de los Secretarios del Cardenal Jiménez de Cisneros; Colección de Documentos inéditos del Archivo de Indias; Resumen de las Actas y tareas de la Real Academia Española desde 1859 a 1862. A partir de 1878, los derechos de matricula permiten adquirir obras de gran valor y suscribirse a revistas científicas y literarias. Entre otras, se adquieren la Biblioteca de Autores Latinos de Nisard, la Biblioteca Clásica de autores griegos, latinos , alemanes e ingleses, el Diccionario de Roque Barcia y la Historia de Madrid de Amador de los Ríos. En 1883 se aumentan los fondos con la Geografía Universal de Reclus, La Astronomía de Flammarion y las suscripciones a revistas como El Magisterio Español e Indumentaria Española entre otras, con un gasto anual en torno a las 900 pesetas.

Tras la muerte de Galdo López de Neira, en 1895, los libros se almacenaron hasta que la llegada de una valiosa biblioteca con obras de literatura y traducciones de autores latinos y griegos editadas en los siglos XVI y XVII, donada por Commelerán Gómez, catedrático de latín y secretario de la Real Academia de la Lengua, reactivó el proyecto inicial. El director Suárez Somontes consigue que la Dirección General de Bellas Artes, Archivos, Bibliotecas y Museos cree, en 1905, una biblioteca abierta al pueblo de Madrid. Se nombran un director bibliotecario, facultativo de dicho cuerpo, y un auxiliar. De esta manera, personal, compras de libros, suscripciones, encuadernaciones y demás gastos que origina la biblioteca son consignados a cargo del cuerpo facultativo de Archiveros y Bibliotecarios. A cambio, el Instituto proporciona las instalaciones y un bedel para el servicio. A partir de 1920 se invierten más de 10.000 pesetas anuales y la organización permite que los lectores, principalmente del Instituto, se reúnan en dos salas distribuidas por sexos, en las que se encontraban disponibles ejemplares repetidos de los libros de texto publicados por los catedráticos. El préstamo de obras a los alumnos que no pudieran adquirirlas era uno de los servicios al público.

Durante la II República, la actuación de la biblioteca de la institución fue muy valorada. Incluso llegó a salir a la calle, iniciativa para la que se instalaron estanterías de obra en el Jardín Botánico que, por las noches, se cerraban con puertas de hierro. De su importancia dan buena fe las visitas que realizaron el presidente Alcalá Zamora y el ministro Marcelino Domingo. Las convulsiones de 1936 suponen la perdida de algunos incunables y raros pero, ya en 1939, se trata de reparar, sustituir y ordenar los fondos que la devastación había dejado, tarea para la que se solicitó y obtuvo un bibliotecario de la Biblioteca Nacional.

La magnifica labor realizada por Navarro Reverter, bibliotecario tras la guerra civil, permitió organizar el servicio de préstamos de obras para alumnos y profesores ya en 1940. Según los datos estadísticos, en el curso 1945-1946 se consultaron 11810 obras, hubo 1124 prestamos a alumnos y un promedio de 74 lectores diarios.

Hoy en día la biblioteca cuenta con más de 30.000 ejemplares. Las principales fuentes para la adquisición de fondos han sido:

-Los manuales escritos por los catedráticos del Instituto para todas las asignaturas: Giménez Caballero, García de Diego, Mingarro, Bustinza, Rodríguez Adrados y otros.

-Los legados de las bibliotecas personales de los catedráticos jubilados: Dolores Escribano, Encarnación Álvarez, Amador Rubial, Igual Merino, Ruiz Collantes y otros tantos que, siguiendo la tradición decimonónica, han querido dar continuidad a la realidad de la biblioteca con la generosidad de estas donaciones.

Desde el año 2007, los responsables de la biblioteca hemos participado en cuatro proyectos de digitalización con el Ministerio de Cultura y la Biblioteca Regional de Madrid. Las más de 200.000 digitalizaciones ya efectuadas constituyen la biblioteca histórica escolar, un servicio de información bibliográfica en línea que pone a disposición de los usuarios las imágenes facsimilares de los fondos más destacados por su rareza, importancia o utilidad. Esta iniciativa permite consultar, sin restricciones, documentos que por sus características resultan de difícil acceso. Su utilización es fácil, con un interfaz de búsqueda en el que aparecen las directrices básicas de ayuda para hacer la consulta (http://bvpb.mcu.es). Esta digitalización de monografías permite la preservación de unos fondos que son bienes patrimoniales, facilita el trabajo a los investigadores y, además, pone al servicio del sistema educativo, de profesores y alumnos, una gran cantidad de materiales didácticos susceptibles de ser usados en el aula, a la vez que estimula la innovación educativa.

La llegada de la era globalizada en la comunicación ha proporcionado el vehículo para que las obras y materiales didácticos sean accesibles a todo aquel que se interese por ellos. Con ese objetivo se trabaja en la biblioteca escolar histórica que, hasta ahora, se nutre con los fondos de los Institutos del San Isidro y del Cardenal Cisneros de Madrid. Ambas instituciones poseen un depósito de libros escolares antiguos de gran valor, fruto tanto de su rica y prolongada historia, como del lugar privilegiado que ocuparon en la sociedad y política española. El proceso de digitalización ha comenzado por los documentos generados por las propias instituciones en su quehacer educativo: memorias, libros de actas, manuales escolares, legislación escolar, en especial de segunda enseñanza, etc. Son materiales que justifican teorías pedagógicas y prácticas docentes en los últimos ciento cincuenta años de la España contemporánea. Estos fondos bibliográficos pueden consultarse en la red bajo el titulo “Biblioteca virtual del patrimonio histórico español”, en el apartado “Bibliotecas escolares históricas”.

Carmen Rodríguez Guerrero / Santiago Aragón Albillos
 



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