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Laboratorio de Ciencias

El Laboratorio de Ciencias Naturales

 

En el actual edificio del Instituto Cardenal Cisneros, los cuatro espacios dedicados al conocimiento del medio natural han de entenderse como un conjunto. El Gabinete de Historia Natural, creado en 1848, el Laboratorio de Agricultura, abierto en 1878, el Laboratorio de Ciencias Naturales, de 1920, y el aula de ciencias nos permiten realizar un recorrido completo por los cambios metodológicos acontecidos en las enseñanzas de estas disciplinas en los últimos 160 años.
La labor de renovación pedagógica iniciada por el catedrático Celso Arévalo tras su llegada al Instituto, en 1918, se materializa en la construcción de un nuevo espacio para la trasmisión del saber científico a los jóvenes: el Laboratorio de Ciencias Naturales. Un lugar privilegiado que hoy en día nos permite entender y explicar las nuevas corrientes didácticas que, procedentes del centro de Europa, invitaban al alumno a aprender ciencia haciendo ciencia, mediante la investigación y la experimentación propias. La construcción de ese Laboratorio puso en cuestión las teorías reaccionarias, muy difundidas entonces, acerca de la dificultad del método científico, considerado inaccesible para un público adolescente.
Las estrechas relaciones de Celso Arévalo con el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid hicieron posible la adquisición del material necesario para el buen funcionamiento del Laboratorio. De aquella época, hoy se conservan probetas, pipetas, vidrios de reloj, mecheros de alcohol, tubos de ensayo con sus gradillas de madera, bandejas de disección con capa de cera, matraces, vasos de precipitado, placas de petri, cristalizadores, microscopios ópticos y microscopios estereoscópicos, así como un gran número de productos y reactivos en sus recipientes originales.
También se guardan varios trabajos escolares que nos permiten penetrar en el universo científico-pedagógico del catedrático de Ciencias Naturales. A través de ellos, se puede constatar cómo el Laboratorio se convirtió no solo en un lugar privilegiado para la trasmisión de saberes, sino también para la formación en valores. En uno de esos trabajos se cita, de forma explícita, la educación en el respeto a la Naturaleza, la solidaridad, el compromiso con los otros y, especialmente, la necesidad de la participación de todos los ciudadanos para, de manera conjunta, lograr una sociedad mejor: « [respetar los árboles] es una conquista que no cuesta ni una lágrima ni una gota de sangre»
El Laboratorio de Ciencias Naturales vino a romper con la pedagogía decimonónica del Gabinete de Historia Natural y del Laboratorio de Agricultura, diseñados para acercar la ciencia a través de los sentidos, principalmente la vista. La elocuencia de esos espacios es manifiesta y su poder de evocación infinito. Frente a la mirada curiosa de un alumno esos recintos no pueden permanecer callados, pues el silencio va contra su razón de existir. Los animales naturalizados, las colecciones de plantas y minerales, los esqueletos, todos los objetos allí expuestos hablan sin voz. Ahora bien, el Laboratorio supone un nuevo reto para el catedrático, ya que su objetivo es hacer pensar a través de la acción y desarrollar habilidades como la experimentación: «la sagacidad para hacer cuestiones, verificarlas con experimentos fáciles de realizar y evitar hacerle estudiar (al alumno) teorías antes de que él mismo por sí las haya concebido» escribe Arévalo. El mejor ejemplo de este enfoque educativo es «El acuario escolar», un pequeño mundo muy apropiado para que los niños de 1º de bachillerato se inicien en el estudio de la Naturaleza y en dos de los valores imprescindibles para llevarlo a cabo: «la paciencia y la perseverancia».
Otro espacio emblemático, el aula de ciencias, situada entre el Gabinete y el Laboratorio, viene a completar los lugares destinados al estudio de las Ciencias Naturales en el Instituto del Cardenal Cisneros. Esta aula es un compendio de todos los métodos de enseñanza basados en el uso de los sentidos. El aprendizaje se logra porque interviene el oído que capta la palabra del profesor, la vista que recorre las láminas murales, las placas de linterna, las colecciones de producciones de la Naturaleza y las explicaciones dadas sobre las pizarras móviles que se traen desde el gabinete. Finalmente, las manos entran en acción y permiten la práctica científica en el Laboratorio, al que se puede acceder directamente a través de una puerta interna. La ilustre memoria de algunos alumnos como Julián Marías, Manuel de Terán y Antonio Colino, da testimonio del magnetismo ejercido por esos espacios a la hora de despertar vocaciones.

Autoría: Carmen Rodríguez Guerrero y Santiago Aragón

 

 



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